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CAPÍTULO IV: La digestión de los alimentos

  • Foto del escritor: Deessirée
    Deessirée
  • 15 ene 2018
  • 8 Min. de lectura

La fermentación gastrointestinal

En su Textbook of Physiology, Howell afirma: "La putrefacción de las proteínas en el intestino delgado es un fenómeno normal y constante". Indica también: "Reconociendo que la fermentación gastrointestinal debido a las bacterias es un hecho normal, nos preguntamos si ese proceso es en alguna forma necesario para la digestión y la nutrición normal". Después de discutir extensamente esa cuestión y hacer referencia a experimentos que se han realizado, Howell no llega a ninguna conclusión definitiva, sino que "parece prudente adoptar la opinión tradicional de que, si bien la presencia de bacterias no causa ningún beneficio real, el organismo humano se adapta, en las condiciones habituales, y neutraliza su acción dañina."

Además, señala claramente que las bacterias de la putrefacción reducen las proteínas a aminoácidos, pero que su acción no se detiene ahí. Destruyen estos mismos aminoácidos y generan, como producto final de sus actividades, los siguientes venenos: indol, escatol, fenol: ácidos fenilpropiónico y fenilacético, ácidos grasos, dióxidos de carbono, hidrógeno, sulfito de hidrógeno, etc. Agrega que "una parte de estos productos es evacuada con las heces, mientras que otra es absorbida y luego expulsada por la orina". Finalmente dice: "Otras substancias más o menos tóxicas, que pertenecen al grupo de las aminas, resultan con toda seguridad de la acción posterior de las bacterias sobre los aminoácidos en la molécula proteica".

No parece lógico suponer que dicho proceso de formación de toxinas sea normal o necesario para la digestión. En mi opinión, Howell y otros fisiólogos han confundido simplemente un hecho casi universal y común entre la gente civilizada, con un hecho normal. No se han preguntado cuál es la causa de la fermentación y putrefacción en el canal digestivo. Que sean una fuente de envenenamiento, esto lo admiten, y Howell todavía va más lejos al decir: «Es bien conocido que una excesiva acción bacteriana puede provocar trastornos intestinales, tales como diarreas, e incluso perjudicar más seriamente la nutrición, debido a la formación de productos tóxicos, tales como las aminas». Pero deja sin definir qué quiere decir con «excesiva acción bacteriana».

Sigo defendiendo que es una aberración aceptar simples observaciones comunes como algo normal. El mero hecho de que la putrefacción de las proteínas sea casi universal en el colon de la gente civilizada, no es en sí mismo suficiente razón para deducir que este fenómeno es normal. Primero es necesario preguntarse por qué es tan común la putrefacción de las proteínas, y luego encontrar una respuesta a esta pregunta. También sería conveniente plantearse si la putrefacción tiene algún propósito útil.

Causas y efectos de la fermentación

Esta putrefacción y fermentación, tan comunes, ¿no serán debidas a la sobrealimentación, a erróneas combinaciones de alimentos, a comer proteínas no específicas, a comer bajo condiciones emocionales y físicas que retardan o suspenden la digestión (fatiga, trabajo excesivo, preocupaciones, temor, ansiedad, dolores, fiebre, inflamaciones, etc.)? O tal vez, ¿no será el resultado de la digestión perturbada por cualquier causa? ¿Debemos aceptar siempre que las actuales costumbres alimentarias del ser humano civilizado son normales e intangibles? ¿Por qué debemos aceptar como normal lo que encontramos en una raza de seres enfermos y debilitados?

Las heces nauseabundas, líquidas, duras y compactas, parecidas a piedras, los gases pútridos, colitis, hemorroides, sangre en las heces, la necesidad de utilizar papel higiénico y otras cosas por el estilo que estorban la vida diaria, han sido colocadas en la órbita de lo normal al asegurar que la putrefacción es un hecho normal en el colon humano. En otras palabras, se nos lava el cerebro de mil maneras para que aceptemos el mito de que «cualquier cosa que sucede siempre, es correcta».

Que existan animales que no presenten putrefacción intestinal, que haya hombres y mujeres cuya alimentación y hábitos de vida produzcan heces inodoras, sin gases, que un cambio en los hábitos produzca un cambio en los resultados, etc., todo esto no parece tener ninguna importancia para los fisiólogos, quienes han aceptado el absurdo axioma de que sólo la costumbre general merece consideración. Howell acepta como normal la condición séptica general que reina en el colon de los seres humanos, e ignora completamente las causas que producen y mantienen esta condición.

Del tubo digestivo, la corriente sanguínea debería recibir agua, aminoácidos, ácidos grasos, glicerol, monosacáridos, minerales y vitaminas, y no alcohol, ácido acético, ptomaínas, leucomaínas, sulfito de hidrógeno, etc. El organismo debería recibir materiales nutritivos, y no venenos.

Los almidones y azúcares complejos, una vez digeridos, son transformados en azúcares simples llamados monosacáridos, que son substancias utilizables, por lo tanto, nutritivas. Cuando los almidones y los azúcares fermentan, se descomponen en dióxido de carbono, ácido acético, alcohol y agua, substancias que son inutilizables, pues son tóxicas, con la única excepción del agua. Cuando se digieren las proteínas, éstas son descompuestas en aminoácidos, substancias utilizables, es decir nutritivas. Cuando las proteínas se putrifican, se descomponen en una variedad de ptomaínas y leucomaínas, también tóxicas. Lo mismo sucede con todos los demás alimentos; su digestión por las enzimas los hace aprovechables por el cuerpo humano, mientras que su descomposición por las bacterias los hace inútiles e inservibles para las necesidades del organismo. El primer proceso proporciona elementos nutritivos como producto final y el segundo proporciona venenos.

¿De qué sirve consumir cada día la cantidad de calorías que teóricamente necesitamos, si los alimentos ingeridos fermentan y se pudren en el tubo digestivo? El alimento que de este modo se corrompe, no aporta caloría alguna al cuerpo. ¿Qué se consigue comiendo abundantes proteínas adecuadas, si acaban pudriéndose en el conducto gastrointestinal? En este caso, las proteínas no son aprovechadas por el organismo al no convertirse en aminoácidos. ¿Qué beneficio sacamos al tomar alimentos ricos en vitaminas, si sólo se han de descomponer en el estómago y en el intestino? Alimentos en este estado de corrupción no suministran vitaminas al organismo. ¿Qué utilidad tiene el proveer al cuerpo de las correspondientes sales minerales, si han de descomponerse en substancias pútridas en el tubo digestivo? Esta alimentación se vuelve inadecuada para el organismo que, de este modo, no recibirá su provisión de minerales.

Los carbohidratos que fermentan en el sistema digestivo son transformados en alcohol y ácido acético y no en monosacáridos. Las grasas que se vuelven rancias en el estómago y en el intestino, no suministran al cuerpo ácidos grasos y glicerol. En resumidas cuentas, para nutrirnos, los alimentos ingeridos deben digerirse, y no pudrirse.

Al hablar de indol, escatol y fenol, Howell destaca que este último (ácido carbólico), después de ser absorbido, se combina en parte con el ácido sulfúrico formando un sulfato etéreo, o ácido fenosulfónico, que es evacuado por la orina. Y añade: «Lo mismo sucede con el cresol». El indol y el escatol, después de ser absorbidos, se oxidan, y más tarde, al combinarse con el ácido sulfúrico de igual manera que el fenol, son evacuados por la orina en forma de ácido sulfúrico indoxil y ácido sulfúrico escatoxil. La proporción de estos venenos que se halla en la orina es tomada como índice del grado de putrefacción que existe en el intestino.

Es cierto que el cuerpo humano tiene alguna tolerancia para soportar estos y otros venenos comunes, pero parece absolutamente ridículo dar por sentado que, como «el organismo se adapta y neutraliza la actividad bacteriológica de esos productos», no hay motivo de preocupación. Sea como sea, debido a la acumulación de gases en el abdomen, el mal aliento producido por la fermentación y putrefacción gastrointestinal, el olor fétido y desagradable de las heces y gases que expelen, son tan indeseables como los venenos que los originan.

Deberíamos tener claro que es posible conservar el aliento puro, no fabricar gases y, al contrario, tener heces inodoras. Me parece a mí que en lugar de considerar normal, y hasta necesario, un fenómeno común, sería mucho más prudente estudiar las causas de estos fenómenos y determinar si son normales o no. Si es posible evitar los resultados desagradables de la fermentación y de la putrefacción de los alimentos y el consiguiente envenenamiento, si podemos quitarle al cuerpo la carga de tener que oxidar y eliminar las toxinas, me parece tremendamente deseable hacerlo. Si se admite que una «excesiva acción bacteriana» puede producir diarrea y hasta causar serios problemas de nutrición, ¿qué podemos esperar de una acción bacteriana larga y continua, sino una actividad «excesiva»? Esta cuestión me parece muy seria y pertinente.

Cualquier factor que reduzca el poder digestivo, que haga más lentos los procesos de la digestión o que los detenga temporalmente, favorece la actividad de las bacterias. Comer demás (más allá de la capacidad de las enzimas), comer estando fatigado o justo antes de empezar a trabajar, teniendo frío o exceso de calor, cuando se tiene fiebre, dolores o inflamaciones graves, cuando no se tiene hambre, etc., favorece la descomposición bacteriana de los alimentos ingeridos. El uso de condimentos, vinagre, alcohol y otras substancias que retardan la digestión, favorece la actividad bacteriana. Al analizar cuidadosamente los hábitos alimentarios, fácilmente encontraremos mil y un motivos para que se produzcan la fermentación y putrefacción gastrointestinales casi universales. Es absurdo pretender que esos procesos sean normales, casi necesarios.

Las causas de una mala y deficiente digestión son legión. Una de las más comunes, en América, es la errónea combinación de los alimentos. Se ignoran las limitaciones de las enzimas, y se come de cualquier manera, lo cual basta para explicar las indigestiones más o menos constantes que sufre casi todo el mundo. La prueba de esto está en el hecho de que, al alimentarse con combinaciones correctas, se acaban las indigestiones. Esta declaración no debería ser mal interpretada. Las combinaciones correctas sólo mejorarán, pero no acabarán por completo con la indigestión, si ésta es debida en parte a otras causas. Si las preocupaciones, por ejemplo, te atormentan hasta el punto de perturbar la digestión, tendrán que ser suprimidas antes, para que la digestión pueda volver a la normalidad. Sin embargo, es obvio que preocupaciones sumadas a combinaciones erróneas producirán peores indigestiones que preocupaciones con combinaciones correctas.

Rex Beach, que fue buscador de oro, escribió acerca de su aventura en Alaska: «Comíamos gran cantidad de pan fuerte, habas poco cocidas y grasa de cerdo. Tan pronto como engullimos estos alimentos, nos declaran la guerra».

«El auténtico grito salvaje no es el aullido del lobo, la risa maníaca del pájaro bobo del Ártico o el llanto del alce en celo, sino el terrible eructo dispéptico del minero». Nuestros fisiólogos, ignorando las causas del fenómeno, consideran como normal ese «eructo del minero», la dilatación y dolencias del estómago que resultan de la descomposición gastrointestinal, heces anormales y abundantes gases. Cuando el minero no tenía bicarbonato o Alkaseltzer con lo que paliar sus dolencias (y poder cometer después las mismas imprudencias alimentarias), siempre podía poner sus dedos en la garganta y provocarse el vómito si su dolor se volviese inaguantable. Es inútil decir que, con este tipo de dieta, el estreñimiento alternado con diarrea era común entre estos mineros.

Millones de dólares se gastan anualmente en drogas que sólo dan un alivio temporal a las molestias y dolores que produce la descomposición de alimentos en el estómago e intestinos. Substancias químicas para neutralizar la acidez, resorber los gases, aliviar dolores y hasta para tratar el dolor de cabeza producido por la irritación gástrica, son utilizadas a toneladas por la gente en América. Otras substancias, como la pepsina, se utilizan en desmedidas cantidades como ayuda para facilitar la digestión.

En lugar de considerarlos normales, los higienistas vemos estos fenómenos como extremadamente anormales. La tranquilidad y el bienestar, y no los dolores y las molestias, son los signos de la salud. La digestión normal no va acompañada de ninguna señal o síntoma de enfermedad.


Shelton. H.M, (1994). La digestión de los alimentos. Shelton, H.M, IV La digestión de los alimentos. Buenos Aires: Puertas Abiertas y Ediciones Obelisco S.A.


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