top of page

CAPÍTULO IX: CÓMO EVITAR LAS INDIGESTIONES

  • Foto del escritor: Deessirée
    Deessirée
  • 16 ene 2018
  • 12 Min. de lectura

Es imposible sobreestimar la importancia de una buena digestión. De su eficiencia depende la elaboración de la materia prima de la nutrición, y por lo tanto, en gran medida, nuestra salud. Jamás existe una buena nutrición sin una buena digestión. La mejor dieta es incapaz de proporcionar algún provecho al organismo, si el proceso digestivo no cumple con su cometido.

Una mala digestión no podrá suministrar los elementos necesarios para tener y mantener una sangre rica. Entonces, los tejidos no serán adecuadamente nutridos, decaerá el estado general de salud, y el organismo irá deteriorándose. Es de suma importancia tener presente que la calidad de la sangre depende, sobre todo, de la elaboración de sus elementos constitutivos, la cual tiene lugar en el conducto digestivo. Por lo tanto, que el organismo digiera bien significa modificaciones favorables de los tejidos en todo el cuerpo. Mejorando la digestión se mejoran todas las funciones vitales y se obtienen muchos e importantes beneficios.

La indigestión es el inicio, aunque no la causa, de las enfermedades más graves que sufre el hombre. Toda alteración funcional se convierte en causa indirecta, y el envenenamiento y la falta de nutrición que genera la indigestión, se añaden a las causas principales de los sufrimientos humanos. Evitar la indigestión es preservar la salud, y remediarla es restablecerla.

Una larga lista de molestias o síntomas acompaña el progresivo deterioro de la función digestiva, como gases, eructos ácidos, sensación de malestar, dolor en el vientre, insomnio y noches poco reparadoras, lengua sucia por la mañana, heces hediondas, nerviosismo, etc. Y esto no es de ninguna manera un catálogo exhaustivo de los síntomas que acompañan la indigestión.

Si pensamos en las enormes cantidades de bicarbonato, magnesio, Alkaseltzer, Bromoseltzer y otros productos farmacéuticos similares que se consumen diariamente en todos los países civilizados para aliviar las molestias que causan la fermentación acida y los gases en el tubo digestivo, todo ello fruto de malas digestiones, llegaremos pronto a la conclusión de que globalmente nuestro mundo padece de indigestión crónica. Los trastornos después de las comidas son cada vez más comunes y nadie sabe hacer otra cosa que proporcionar a los aquejados unas pocas horas de alivio. ¿Y qué hace, pues, la muy pregonada «ciencia médica»? ¿No puede encontrar nada duradero y eficaz para corregir un trastorno funcional tan sencillo como éste? Además de los medicamentos citados, tomados para aliviar temporalmente los trastornos digestivos, se usan también muchos productos que supuestamente «ayudan a la digestión».

La pepsina es quizás la más conocida. Durante algún tiempo se pensó que la goma de mascar ayudaba a la digestión de los alimentos. Estos paliativos son engañabobos que no favorecen en nada la digestión. No mejoran ni aumentan de ninguna manera la capacidad funcional de los órganos que intervienen en la digestión, ni eliminan las causas de los trastornos digestivos. Por el contrario, el uso continuo de cualquiera de ellos no puede sino afectar negativamente, sin excepción, la capacidad digestiva.

Además, el consumo de «ayudas para la digestión» y de productos para «aliviar» molestias, aparta la atención del afectado de la verdadera solución a sus problemas, y no le permite conocer la verdad sobre su estado de salud, ni cómo puede realmente recuperarla. Me quedo perplejo al ver cómo la humanidad sigue confiando, desde hace tanto tiempo, en tales remedios que han fracasado siempre, y a pesar de que, según parece, incluso los tontos aprenden de repetidos fracasos.

Resulta obvio que se requiere un enfoque radicalmente distinto para remediar de una vez para siempre la indigestión. No se gana nada llenando los bolsillos de fabricantes y vendedores de medicamentos. Esta gente amontona fortunas con el negocio de substancias que sólo aumentan los sufrimientos de las pobres víctimas engañadas por el fetichismo medicamentoso. Por el contrario, la higiene vital representa para los enfermos el final de sus sufrimientos, liberándoles a la vez de sus ataduras a las viejas falacias.

Una buena digestión es algo totalmente normal, y por el contrario, una mala digestión indica que las fuerzas vitales están mermadas, debido a un modo de vida inadecuado. Los sufrimientos humanos encuentran su origen en la influencia desastrosa del entorno y en la ignorancia o la negligencia sistemática de las leyes fisiológicas. La salud óptima sólo se obtiene y se conserva si se observan debidamente todas las leyes de la naturaleza.

¡Cuán más eficiente resulta el proceso digestivo cuando se come con calma en un estado mental sereno, que cuando los alimentos se ingieren en un estado de agitación mental, sea del origen que sea! ¡Y en qué gran medida no se ve afectado el proceso de la digestión por la conducta de la misma persona después de las comidas, según descanse o se ponga enseguida a trabajar! El descanso una vez terminada la comida, es indispensable para una buena digestión. Nadie puede digerir bien los alimentos si, después de masticarlos a medias, salta de la mesa a su trabajo como si fuera un galgo liberado de su dogal.

Cuando se vive a este ritmo, como a menudo ocurre en las grandes ciudades, cuando todo, incluso el comer, se realiza a velocidad de vértigo, cuando las mandíbulas no dan abasto y la comida es tragada a medio masticar, día tras día y año tras año, cuando se vuelve al trabajo inmediatamente, sin dar el mínimo descanso al cuerpo ni a la mente, por fuerza la naturaleza ultrajada tiene que pedir cuentas. La capacidad de todo ser humano para aguantar esta vida de condenado a galeras, siempre tiene un límite, pero dicha capacidad depende de las diferencias de constitución de los distintos individuos. El fuerte aguantará más tiempo que su compañero débil, pero tarde o temprano el más robusto sucumbirá también a la agresión de este tipo de vida.

Cuando, debido a carencias o a excesos de cualquier naturaleza, la constitución humana se deteriora y merma la vitalidad, uno de los primeros síntomas de la depresión vital es un debilitamiento de la capacidad digestiva.

Sólo tenemos que considerar por un momento las múltiples influencias que sin duda alguna acosan al organismo reduciendo su vigor, para damos cuenta de que, en las sociedades civilizadas, todo el mundo está más o menos enervado (excitado y debilitado nerviosamente).

Podemos dividir estas influencias a grosso modo en «pecados por comisión» y en «pecados por omisión». Puede decirse que estos últimos son fruto de la ignorancia de las leyes de la vida, o de su negligencia intencionada, o de ambas a la vez. Los pecados por comisión son aquellos en los cuales las leyes de la vida no sólo son omitidas a sabiendas, sino que son violadas intencionadamente por afán de lucro o búsqueda del placer.

Las mismas influencias enervantes pueden también considerarse bajo otro aspecto. Algunas son impuestas a la humanidad, en su lucha para sobrevivir, por un entorno socioeconómico sobre el que el individuo apenas tiene influencia. Otros son accidentales o, de alguna manera, buscadas. A los males que llevan consigo la miseria y la pobreza de las clases más necesitadas, se contraponen los producidos por los excesos y locas extravagancias de las clases adineradas. La especulación, el juego y las situaciones excitantes de todo tipo agotan considerablemente el sistema nervioso. Sin embargo, tanto si es debido al funesto exceso de trabajo de un obrero manual o intelectual, a la licencia suicida que se otorgan las personas acomodadas, o a la combinación de todos estos factores, el resultado es el mismo.

Con la habitual violación de las leyes de la vida, o más específicamente, con la habitual dedicación a actividades enervantes, la lenta disminución de la energía del organismo da lugar a una enervación progresiva, es decir, a un estado de energía nerviosa mermada, no siempre reconocible al principio, o al que no se hace caso. Sin embargo, este estado de enervación, con toda seguridad, se irá haciendo más grave con el tiempo, acabando en la postración de las capacidades físicas y mentales, y en la degradación completa de la persona.

Por último, la continua violación de las leyes de la vida, mermando las capacidades del organismo, no sólo debilita gravemente la función excretora, originando la toxemia (un estado de envenenamiento debido a la retención de los desechos orgánicos normales), sino que también reduce la capacidad de digestión y de asimilación, con lo que la nutrición del cuerpo disminuye en proporción al grado de debilitamiento constitucional. Es entonces cuando aparece la indigestión, con la consiguiente falta de asimilación normal de los nutrimientos y el lento agotamiento del paciente.

En este caso, ningún cambio de dieta puede restablecer la salud. Es imprescindible eliminar primero todas las causas de la degeneración y proporcionar al organismo el suficiente reposo para permitirle normalizar sus actividades funcionales. Debería ser obvio para todo el mundo que si no se aumenta la capacidad de digestión y de asimilación, todos los esfuerzos para curar al paciente mediante programas de alimentación, serán infructuosos. Es todavía más vano intentar restaurar la capacidad digestiva tomando medicamentos (tónicos, astringentes, sales minerales, preparados de hierro, etc.), ya que sólo empeorarán un poco más la ya deteriorada constitución del individuo y aumentarán la debilidad del aparato digestivo.

Sustituir una causa de enervación por otra es un procedimiento insensato. De nada sirve descansar, si a la vez se aplican una serie de tratamientos paliativos (baños, masajes, tratamientos eléctricos, enemas, irrigaciones del colon, etc.). Con ellos, nunca estaremos rebosantes de salud. ¡Ten siempre presente que cuando aprendas a vivir en conformidad con las leyes de la vida, tendrás que liberarte para siempre de los penosos esfuerzos para eliminar las inevitables consecuencias de tus errores! Sólo cuando hayamos aprendido a vivir dentro de los límites de las leyes fisiológicas y biológicas, es cuando podremos convertir en un canto de alegría los quejidos de dolor y lamentos de desesperación que hoy ascienden de la tierra.

La gran cantidad de pseudoenfermedades que surgen del deterioro de las funciones vitales, se deben, todas sin excepción, a la violación habitual de las leyes de la vida. Sabiéndolo, el hombre inteligente reconocerá fácilmente que el primer paso hacia la recuperación de la salud, es el retorno inmediato e incondicional a estas leyes, que tan insistentemente han sido transgredidas. Es evidente que el paciente tiene que rectificar por completo su modo de vida, pues únicamente en ello reside la esperanza de una auténtica recuperación de la salud.

¿Puede seriamente existir otra manera racional de curar? ¿Podemos concebir que un paciente que continúe su antiguo modo de vida y mantenga los mismos hábitos que le han producido sus sufrimientos, pueda ser «curado» mediante medicamentos, sueros, vacunas o cirugía? Esto es sencillamente imposible, a no ser que hagamos por completo caso omiso de los conocimientos fisiológicos y de nuestro sentido común.

En primer lugar, el sistema nervioso del paciente, al encontrarse abatido por el exceso de trabajo, la in temperancia, los estimulantes (irritantes), y los excesos de todo tipo, tiene que descansar por encima de todo. Por lo tanto, mandaremos al paciente que abandone todas las actividades físicas y mentales, así como cualquier obligación que agote sus energías. Esta es la condición «sine qua non» para su recuperación. Está claro que el individuo enervado necesita descansar por encima de todo, y esto incluye tanto el reposo del cuerpo como el de la mente.

La importancia del reposo de la mente para que se desarrolle correctamente la función de la digestión, de la que dependen las otras funciones vitales, explica la razón por la que damos tanta importancia a la relajación nerviosa. El descanso mental se logra casi siempre mejor cambiando de ambiente, apartándose de los lugares habituales de trabajo y de placer, del aire contaminado de las ciudades y del ruido. Es muy recomendable trasladarse al campo, a una región pintoresca donde haya abundancia de paisajes agradables y variados, con aire puro que vivifique al enfermo, y donde éste pueda gozar de la tranquila calma de la naturaleza y de los saludables rayos del sol.

Los medicamentos, a largo plazo, ¿resuelven los problemas del enfermo? ¡En absoluto! Tomando medicamentos, cambiando siempre de remedio y aumentando las dosis, el paciente ve cómo su estado empeora día tras día. Tal deterioro progresivo de las funciones del cuerpo humano es debido no sólo al efecto perjudicial de las drogas, sino también al hecho de que, al tomarlas, se han olvidado las verdaderas causas del agotamiento. Es pura ilusión querer «curar» una enfermedad sin corregir el modo de vida que, sin lugar a dudas, la origina.

En la vida, se abren para todos, sin discriminación alguna, dos «caminos». Uno conduce a la salud, vigor, felicidad y longevidad, y nos premia con el honor gracias a una vida más rica, plena y abundante. El otro lleva a la enfermedad, debilitamiento, miseria y muerte prematura, tan cierto como que la piedra que hemos arrojado caerá a la tierra. Nos premia con el deshonor, después de habernos dado sufrimientos y una vida vacía. ¿Qué camino quiere seguir? Suya es la elección: nadie puede elegir por Vd. Las leyes de la vida son implacables, no conceden favores a nadie, y cada uno será recompensado o castigado según haya merecido por su modo de vida.

¿Está malgastando tiempo y dinero para satisfacer un apetito desordenado? ¿Cuáles son sus hábitos? ¿Están conformes con las leyes fisiológicas, de manera que de ellos pueda esperar buenos resultados? ¿Se entrega Vd. a juegos de azar o prácticas perversas? ¿Está seguro de que su modo de vida, hábitos físicos y mentales, están conformes con las leyes de la vida? Tened siempre presente que el uso correcto del cuerpo y de la mente es lo que procura al ser humano el desarrollo óptimo y la más elevada felicidad.

Tampoco podemos resolver el problema con una solución que incluya un solo factor. Estamos frente a un estado de cosas en cuya génesis han intervenido un conjunto variado de antecedentes, y que sólo puede ser cambiado teniendo en consideración cada uno de estos factores causantes. No basta con suprimir un solo hábito enervante. Todos deben ser abandonados de una vez para siempre, para que un verdadero éxito corone nuestros esfuerzos.

Para recuperar la capacidad funcional del organismo agotado, hay que abandonar todas las prácticas debili tantes. Luego, se hará un uso racional de los medios y factores naturales que constituyen el sistema higienista. Después de haber desaparecido todas las causas de debilitamiento, los factores esenciales para la salud (descanso, alimentación adecuada, ejercicio, aire puro, agua limpia, sol y buenas influencias psíquicas y morales) acabarán de restablecer el organismo y la eficiencia de sus funciones.

Una vez que, gracias a los medios higienistas, el cuerpo sé haya liberado de las toxinas que le agobiaban, y una vez restablecidas la energía nerviosa y la capacidad de eliminación, digestión y asimilación, es sólo entonces cuando se produce un retorno gradual al estado de salud. Hasta que no se haya realizado esto, ni la mejor dieta puede dar los resultados deseados. ¡Cuántos pacientes han sido llevados a la tumba aquejados de enfermedades crónicas o agudas, a pesar de haber adoptado una dieta estricta! Lo que demuestra la ineficacia de una dieta para detener la enfermedad y recuperar la salud, si no va acompañada de los demás factores y cuidados higienistas. Estos no tienen gran eficacia en el tratamiento específico de un solo órgano, sino que actúan para el bienestar de todo el organismo. Así pues, una nutrición correcta es útil para el cuerpo entero y no sólo para una determinada parte. De ahí que la labor primordial del higienista consista en proporcionar al paciente el beneficio de todos los medios del higienismo, en su aplicación más amplia y correcta, porque sólo entonces tendrá una verdadera oportunidad de recuperarse.

Es menester hacer de nuevo hincapié en que la alimentación, a pesar de su gran importancia tanto para la persona con buena salud como para el enfermo, no basta, por sí sola, para preservar ni restablecer la salud. Es sólo en conexión fisiológica con el agua, el ejercicio, el descanso y los otros elementos vitales, cuando puede manifestar su auténtico valor. Todos estos medios reunidos contribuyen de manera diversa en los procesos curativos, pero ninguno de ellos tiene un valor superior a los demás, pues cada uno es indispensable y esencial. La salud se recupera no mediante la aplicación de un factor higienista aislado, sino de todos ellos en su conjunto.

Es necesario insistir en el hecho científicamente demostrado, de que es el conjunto de los factores higienistas antes citados, mediante su combinación y su adaptación armónica a las necesidades fisiológicas de los organismos vivos, lo que constituye los medios sutiles que permiten al organismo recuperar la salud. El «tratamiento» natural o higienista de las enfermedades, al estar constituido por tantos factores interdependientes, no es responsable de los fracasos que se derivan de una empírica e incompleta aplicación por personas ignorantes o inexpertas.

El reposo fisiológico (o ayuno) es valioso en todos los tipos de alteración de la salud, pero en los casos de indigestión, es el medio más seguro y eficaz, al dar descanso a un sistema digestivo agotado. Al ayunar, prácticamente todos los órganos reducen su actividad, por lo tanto descansan, con la única excepción de los órganos de eliminación (excreción), los cuales aceleran su ritmo de trabajo. De ahí que durante el ayuno, el cuerpo sea capaz de liberarse de la acumulación de residuos tóxicos. El descanso (mental, físico y fisiológico) constituye el medio ideal para facilitar la eliminación.

Sin embargo, el ayuno no debe realizarse en el propio hogar, donde uno está sujeto a demasiados obstáculos, tales como distracciones, molestias y responsabilidades, sin hablar de las objeciones planteadas por los familiares y amigos. Es mucho mejor realizarlo en una institución higienista, bajo la supervisión de una persona con experiencia. Allí el paciente debe encontrar las condiciones físicas y psíquicas que le faciliten no sólo el ayuno y el abandono de los malos hábitos, sino también la enseñanza y la práctica de los buenos. Realmente, es siempre conveniente que el paciente permanezca en tal institución hasta que los nuevos hábitos hayan adquirido carta de naturaleza, y por tanto, le sea más fácil continuar con ellos una vez en casa. Esto es sumamente importante para que la salud continúe mejorando, y para preservarla una vez se haya recuperado completamente.

No debemos olvidar que la salud, cuando se pierde, sólo puede recuperarse mediante un laborioso proceso, en el que el paciente tiene la máxima y casi única responsabilidad. Implica una gran determinación y perseverancia a la hora de adquirir hábitos sanos que lleven a alcanzar nuevamente aquel bien tan precioso, la salud.

Shelton. H.M, (1994). La digestión de los alimentos. Shelton, H.M, IX Cómo evitar las indigestiones. Buenos Aires: Puertas Abiertas y Ediciones Obelisco S.A.




Comments


© 2017 by Deessirée . Proudly created with Wix.com

bottom of page