CAPÍTULO X: LA INSTITUCIÓN HIGIENISTA
- Deessirée
- 16 ene 2018
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Al principio, se acostumbraba llamar a las instituciones higienistas «Casas de Higiene». Actualmente existe la tendencia a llamarlas «Escuelas de Salud». Hay dos motivos para ello. Primero, que en estos establecimientos se presta más interés a la salud que a la enfermedad. Segundo, que son realmente escuelas donde los pacientes aprenden los medios sencillos y naturales que proporcionan y conservan la salud. En dichas escuelas, se enseña al enfermo a pensar y actuar en función de la salud. El verdadero asesor higienista no se da por satisfecho al guiar a sus pacientes en su camino hacia la salud, sino que está convencido de que su tarea y deber no terminan hasta que no haya enseñado al paciente a mantenerse sano. Por tanto, el higienista es un «doctor» en el auténtico sentido de la palabra (enseñante).
Un asesor higienista competente debe tener como primer objetivo facilitar al enfermo el beneficio de todos los medios que ofrece el higienismo, puesto que esto es la base indispensable para el éxito del «tratamiento». Por lo tanto, el emplazamiento de una escuela de salud debe garantizar la máxima salubridad general, aire puro, agua de calidad, mucho sol y elevada fertilidad del suelo (porque de la calidad del suelo depende la de los alimentos que se servirán a los huéspedes).
El clima también es muy importante. Para el enfermo grave, ya sea crónico o convaleciente de una enfermedad aguda, siempre es aconsejable un clima templado, como por ejemplo el del sur de los Estados Unidos, que le permita tomar baños de sol durante el invierno. En el sur es donde el enfermo puede regenerarse mejor y aumentar su vitalidad.
Pero la ubicación no lo es todo. Una institución higienista, dedicada completa y exclusivamente a la salud, debe ofrecer instalaciones internas y un funcionamiento cuidadosa y agradablemente dirigidos hacia dicho fin. Esto requiere método y rigor en la ejecución de un programa bien determinado, y se debe exigir que el paciente observe las pocas reglas sencillas de salud y las normas de la institución.
Estar en una institución de este tipo presenta la ventaja de que el «médico higienista» puede observar a sus pacientes casi sin interrupción, y así apreciar si se está prestando la debida atención a las medidas higienistas, tanto por parte del enfermo como del personal asistente. Además, está en situación de advertir con precisión el efecto que cada una de estas medidas produce en el paciente y de hacer las modificaciones requeridas según lo exige la evolución del estado de cada enfermo. Para éste, es sumamente beneficioso, y para el higienista, que así puede estudiar de manera científica al paciente y a la vez los cuidados que éste recibe, es también muy interesante. Al ir aumentando su experiencia, los servicios que presta son cada vez más valiosos.
La institución posee además otro tipo de ventajas para los huéspedes. Primero, que se apartan todas las tentaciones de su camino. Al no estar sus parientes y amigos alrededor, no les pueden incitar a que continúen con sus viejas costumbres. Y además, que todas las personas que están junto a ellos en la institución les alientan a abandonar su pernicioso y antiguo modo de vida y a adquirir hábitos sanos y nuevos. Se encuentran inmersos en influencias positivas bajo la constante supervisión del médico. De esta manera, les resulta más fácil desprenderse de un hábito con el que hubieran luchado largo tiempo, quizá en vano, en su casa, sin más ayuda que la propia voluntad a menudo débil y versátil.
El que toma café o té, el fumador, el adicto al alcohol, la persona que está permanentemente preocupada, etc., se encuentran en una situación, tanto física como social, que les hace más fácil abandonar los malos hábitos, cosa que les sería muy difícil en condiciones normales y por medio de su simple fuerza de voluntad. Bajo el efecto simultáneo de influencias físicas y morales, con la fuerza del ejemplo de su entorno para apuntalar su voluntad vacilante, y estando rodeado por otros que luchan como él para recuperar la salud, el paciente se siente alentado y ayudado en sus esfuerzos. El éxito es seguro. Ninguna persona que tenga un mínimo de conocimiento de la naturaleza humana desatenderá la importancia de dichas influencias.
Para liberarse de los viejos hábitos, a menudo es indispensable distanciarse de los ambientes sociales que han colaborado en su desarrollo y que continúan fomentándolos. Generalmente, para romper con los ambientes que han favorecido el desarrollo de los malos hábitos mentales y físicos, lo mejor es cambiar de sitio y de amistades. Para aquellas personas con vigor y determinación, la mayoría de los elementos desfavorables de su entorno sólo son obstáculos por superar. Desgraciadamente, los individuos de este tipo no abundan demasiado.
Observar la disciplina higienista nos lleva a obtener otro gran provecho: el autodominio, en líneas generales. Abandonar caprichos, apetitos y hábitos inútiles de todo tipo, vencer nuestra apatía y no hacer caso de la oposición de los familiares y amigos, nos obliga a hacer cosas que, por muy beneficiosas que sean, exigen un esfuerzo decidido y sostenido.
En este sentido, puede afirmarse que un período de tratamiento higienista es un programa de gimnasia tanto física como mental, que difícilmente se podrá llevar a cabo por completo si no es un establecimiento exclusivamente dedicado a estos propósitos y organizado en todos los aspectos de acuerdo con sus requisitos.
Nos parece conveniente subrayar aquí el carácter positivo que tiene el ambiente amable que se respira en las instituciones higienistas. Cada uno sabe por propia experiencia el valor que tiene el estar en compañía de personas alegres y sencillas. Para el enfermo, esto adquiere especial significación: le inyecta optimismo y facilita su recuperación, al mismo tiempo que evita que se obsesione con sus dolencias. El ejemplo de otros pacientes (muchos de ellos con enfermedades más graves) que se van recuperando o que ya se han recuperado, es de incalculable valor para él, pues le ofrece esperanza y aliento. Esta es una cualidad que poseen las casas de reposo y es una característica casi exclusiva del «sistema higienista».
Si la institución está situada en el campo, como debería estar, la quietud, el contacto con la naturaleza, los paseos al aire libre entre árboles y flores, el canto de los pájaros y los otros aspectos amables que le ofrece, constituyen impagables elementos curativos que la ciudad no puede dar.
Ya desde el punto de vista del tratamiento material que se administra a los pacientes, un hospital nunca es un buen sitio, y es mucho peor todavía en el aspecto psicológico, pues todo ayuda a aumentar las dolencias del paciente. ¿Puede haber algo más desolador, para un enfermo, que estar encerrado en una sala de hospital junto a moribundos, respirando una atmósfera nociva, oyendo sólo gemidos y lamentos, atendido por severos mercenarios y tratado como un esclavo? El hospital es para el enfermo lo que el hospicio es para el que ha nacido pobre: un tipo de asistencia que le entierra en vivo.
He indicado las múltiples y variadas ventajas que una institución higienista cuenta para el paciente, y espero haberlo hecho de manera clara y comprensible. Sólo me resta añadir una palabra sobre la eficacia y general aplicabilidad de las medidas y procedimientos higienistas. El «tratamiento» o cuidado higienista no está basado en el concepto de especificidad sino que se apoya en una concepción totalmente diferente de la naturaleza de la enfermedad y de los requisitos para la recuperación. Se fundamenta en el principio general de que el organismo posee dentro de sí mismo, en su estado original, la capacidad y los medios necesarios y suficientes para recuperarse, que casi siempre sus esfuerzos se ven coronados por el éxito sin mediar ayuda externa alguna, y que cuando su capacidad de autocuración no es suficiente para recuperar la salud, la ayuda del asesor higienista debe basarse en las leyes primarias de la vida, tal como se manifiestan en la biología y en la fisiología. Esto quiere decir que las medidas empleadas en el cuidado del enfermo deben ser idénticas a las que se requieren para el mantenimiento de la salud, excepto ciertas modificaciones obligadas por las distintas condiciones específicas en que se encuentre el enfermo. En otras palabras, confiamos en los agentes naturales de salud. Nuestros remedios cardinales son: aire, agua, alimentos naturales adecuadamente combinados, reposo (físico, mental, sensorial y fisiológico), temperatura templada, sol y saludables influencias mentales y morales. Junto con estos agentes naturales de salud, debemos esforzarnos en hacer desaparecer las causas de la enfermedad en la vida del paciente. Así que éstas son las herramientas con las que trabaja el higienista, y yo personalmente, puedo dar fe de su eficacia.
Shelton. H.M, (1994). La digestión de los alimentos. Shelton, H.M, X La Institución Higienista. Buenos Aires: Puertas Abiertas y Ediciones Obelisco S.A.

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